Publicado originalmente en El Clarín de Chile
Siempre que un delincuente es encarcelado nos recordamos
del famoso dicho “El crimen no paga”. Pero pareciera que en realidad todo depende
del tamaño del robo. Al superar cierto monto, el crimen ni siquiera es
considerado como tal. Estas últimas semanas se han desvelado una gran cantidad
de fraudes realizados por las grandes instituciones financieras del mundo, cada
uno de los cuales se eleva a varios miles de millones de dólares. Sin embargo,
en el mejor de los casos, se han traducido en
pequeñas reprimendas, con la promesa de no volver a caer en esas malas
prácticas, y una multa de algunos cientos de millones de dólares para evitar un
juicio que podría costarles grandes sumas de dinero.
Pero no faltemos a la verdad. En realidad desde la crisis
subprime ha habido un condenado en Estados Unidos, Bernard Madoff. El único
condenado por una corte de Justicia tendrá que pasar 150 años en la cárcel por
un fraude, basado en un esquema Ponzi, de 50 mil millones de dólares. Si Madoff
hubiese basado su estafa en los ahorros o las pensiones de los trabajadores el
problema se habría resuelto con una multa. El problema es que cometió un único
pero grave error. En vez de estafar pequeñas empresas o millones de personas
decidió estafar a las grandes instituciones y algunas grandes fortunas del
mundo financiero, como Banco Santander, BBVA o BNP Paribas. Ese error hizo que
la Justicia actuara con toda su fuerza, sobre todo porque en ese momento la
opinión pública necesitaba ver algún castigo ejemplar después de la crisis
financiera.
El caso más ejemplificador de la relación entre fraude
financiero y Justicia es sin duda el caso de Goldman Sachs y su implicación en
la crisis subprime. El rol del banco en dicha crisis es ampliamente conocido
gracias a numerosos artículos o documentales como “Inside Job”, ganador del
Oscar en 2011, pero también gracias a los primeros informes de la
investigación. Goldman Sachs vendió a sus clientes, usando información
privilegiada, productos sobrevalorados afirmando que eran confiables, lo que ya
va en contra de la lógica bancaria que supone que los bancos trabajan a favor
de sus clientes, pero además una vez vendidos apostaban en contra de esos
mismos productos para multiplicar sus ganancias. Sin embargo el fallo de
mediados de agosto de 2012 del Departamento de Justicia de Estados Unidos negó toda
responsabilidad penal a Goldman Sachs y sus directivos por falta de pruebas.
Mucho se habla, cuando se trata de criminales común, que
la reincidencia debe ser castigada con más fuerza. Pero cuando se trata de
grandes bancos pareciera que los parámetros no son los mismos. Según un
artículo del New York Times, Bank of America prometió no reincidir en un mismo
tipo de fraude 4 veces desde 2005 y es solo uno de los tantos ejemplos citados
en el artículo en el cual se nombran todos los grandes bancos norteamericanos.
Recordemos que en muchos estados de Norteamérica existe la llamada ley de los
“tres strikes”, es decir que cuando una persona es condenada 3 veces por un
crimen o delito pueden arriesgar la cadena perpetua. Parece que cuando una
persona comete crímenes en Wall Street solo se “arriesga” a ganar un bono
suculento.
El mensaje enviado a los bancos es por lo tanto claro, “¡Sigan
robando!”. Peor aún, al rescatar los bancos después de la crisis financiera del
2008, como en Estados Unidos por ejemplo, transformando la deuda privada en
deuda pública bajo la primicia del famoso “Too Big To Fail”, los gobiernos
están fomentando las apuestas insensatas del mercado financiero. Las cuales se
han vuelto posibles gracias a niveles demenciales de apalancamientos, al fin de
la ley Glass-Steagall en 1999 que obligaba desde 1933 la separación entre los
bancos de depósito y los de inversión y al crecimiento exponencial del llamado
“Shadow Banking System” que permite la desregulación de los derivados,
particularmente los CDS (Credit Default Swap).
Tomemos como ejemplo el caso de Irlanda, uno de los
primeros países europeos en entrar en crisis, para ver los resultados de las
prácticas financieras actuales. Hasta el 2007, Irlanda tenía una deuda que se
elevaba a 25% de su PIB, lo que a nivel mundial se considera como una deuda
baja. Pero al explotar la crisis subprime del 2008, se descubrió que el banco
Anglo Irish Bank había contraído una deuda equivalente a 10 veces el PIB de
Irlanda provocando su quiebra. Frente a este hecho, el gobierno irlandés
decidió salvar la institución y hacerse garante de esa deuda privada con dinero
público. Para poder pagar esa suma decidió, bajo los consejos de las grandes
instituciones financieras del mundo, tomar medidas de austeridad, es decir recortes
en los gastos públicos. La bancarrota de los bancos privados irlandeses
significó por lo tanto que la deuda irlandesa subiera de un 25% en 2007 a un
108% en 2011. Lo terrible de esa situación es que se ha empeorado las
condiciones de vidas de los irlandeses con reducciones en salud, educación,
salarios y otros, y la economía irlandesa sigue cayendo, con una deuda pero
sobre todo una tasa de desempleo cada vez más alta.
Estos hechos no son solamente inmorales sino que van en
contra de uno de los principios mismos del capitalismo y del Mercado Libre, la
quiebra. El principio de la libre empresa se basa en la libertad de cualquier
individuo en crear una empresa que sepa responder a la Demanda del mercado para
de esta forma enriquecerse. Pero la contrapartida de esa libertad es la
quiebra, el principio mismo de autorregulación de los mercados. Es decir que
cuando una empresa es mal administrada o no responde a la Demanda entonces
quiebra. Esto es la base del capitalismo liberal, del equilibrio del mercado.
El éxito o fracaso de una empresa se debe a su capacidad de responder a la
Demanda del Mercado.
Recompensar las pérdidas de una empresa es por lo tanto
anti-liberal y extrañamente cae en la gran critica que siempre han realizado
los liberales a las economías planificadas. Pero con una gran diferencia, si en
la Unión Soviética el Estado planificaba de acuerdo a los intereses de la
mayoría aquí los únicos intereses defendidos son los de una minoría.
Las multas y castigos deberían superar las ganancias
realizadas por el banco para así desincentivar ese tipo de práctica. Pero
cuando las multas solo representan un bajo porcentaje de las ganancias
generadas por el fraude, en general un 10% de las estafas realizadas, las empresas
consideran legítimamente que esas multas solo hacen parte del costo de
operación del negocio realizado. Por el momento parece que el crimen paga, y
muy bien. Sin embargo la tendencia podría cambiar frente al aumento de
denuncias por fraudes y manipulaciones de precios además del inicio de demandas
alrededor del mundo por el fraude más grande de la historia, la manipulación de
la tasa LIBOR que afecta un mercado de 800 billones de dólares.
Como dijo recientemente el vicepresidente del Consejo
consultivo de Derechos Humanos de la ONU, Jean Ziegler, “vivimos en un orden
mundial criminal y caníbal, donde las pequeñas oligarquías del capital
financiero deciden de forma legal quién va a morir de hambre y quién no. Por
tanto, estos especuladores financieros deben ser juzgados y condenados,
reeditando una especie de Tribunal de Núremberg”. En un mundo que se acerca
cada día mas a una nueva crisis, encarcelar a los banqueros podría ayudar a corregir
el funcionamiento de los mercados financieros que se ha desregulado desde que
perdió toda conexión con la economía real. Si no ocurre la vida de los
banqueros correrá riesgo y podrían terminar colgados si la calle decide tomar
la Justicia en sus manos como ya lo han advertido personas como Joseph
Stiglitz, Nouriel Roubini o Max Keiser.